viernes, 17 de junio de 2011

Atrapado en Libertad...

Una vez me crucé un maluco (viajero brasilero) con unos amigos en la ciudad vieja, en Montevideo, nos hizo una pregunta a todos: ustedes, ¿son felices? Sí, fue la respuesta. Durante el resto del camino, fui fundamentando la respuesta dentro mío. No fue fácil llegar a ese estado, costó y sigue costando. Uno decide un camino y lo encara, dejando cosas de lado, siendo acribillado por malos augurios y opiniones de una sociedad que condena una senda diferente, y a la vez apoyado y acompañado por los que están siempre, la gente querida. Cuando alguien se va, afronta muchas situaciones, una de ellas es la más difícil, mientras pasa el tiempo más grande es. Quiero dedicar este informe a: el Iodri (Rodrigo Lema Mundini), a Euge (Eugenia Rodriguez) y a todos los que estando lejos, han afrontado esta situación y lo siguen haciendo: la distancia.

Debido a problemas en Perú (entre la gente y el gobierno, a causa de la venta de un cerro para la explotación minera) la frontera estaba cortada. Estábamos a 8 km de cruzar y no podíamos, el conflicto no mejoraba, todos los días nos llegaban noticias de que se cortaba más arriba o en otra parte, que si pasabas te tiraban piedras o te robaban.

Resolvimos esperar un poco y no arriesgarnos, aunque las ganas de irnos de Bolivia estaban al pie de nuestras ideas. Eso hizo que siguiéramos buscando trabajo, lo bueno fue conseguirlo y aun mejor, llevarnos buenos recuerdos.

El primer trabajo fue en un Hostal llamado “La casa del sol” (calle Balivian, entre Junin y Tilcala) tuvimos que revocar una pared, para pintar un cartel de bienvenidos y adentro había que hacer un plano de Copacabana, no tan convencional. Los dueños, Samuel y Ligia, eran personas muy amables y cultas. Escuchamos algo de buena música, cociné algunas cosas (parte de la paga era comida) y pasamos 3 días bastante relajados, pero trabajando.

En esos días también conocimos a Tatiana y Don, que vivían en el hostal y tenían un bar. Cuando terminamos en el hospedaje, pasamos una mañana por el bar y les preguntamos si querían que les pintáramos algo. La respuesta fue que sí, pero que ellos al otro día, al medio día se iban para la isla del Sol. Entonces esa misma tarde lo comenzamos, con la promesa de terminarlo antes de que se fueran. Arreglamos por 100 bolivianos y la comida, un mural de unos 3 metros de largo por 2 de ancho, con un diseño que hacía referencia al nombre del bar “El cóndor y el águila” (en diagonal a plaza Sucre) y la inscripción “y llegará un momento en que el cóndor y el águila volarán juntos” (cóndor: Latinoamérica, águila: Norteamérica). Lugar muy cómodo y lindo, como el anterior. Comimos re bien, acompañados de buena música, trabajando tranquilos y sin presión. Tatiana y Don quedaron conformes y contentos. A parte de lo que le pedimos nos pagaron un poco más y hasta el día de hoy seguimos comunicados. Ese mismo día, después que los chicos de “La más linda” se fueron a averiguar algunos datos de la frontera y junto con otros recopilados durante ese tiempo, decidimos al día siguiente arrancar junto con Seba, para Perú. Compramos provisiones y el 21/5 temprano, arrancamos. Primero rumbo a Yunguyo, para sellar la salida de Bolivia y la entrada a Perú.

Con la poca moneda boliviana que nos quedaba, ingresamos de vuelta al país. Teníamos que rodear el Titicaca y bordear el noroeste, hasta un pueblo llamado Puerto Acosta. Teníamos 24 hs para que sea válida la entrada a Perú, aparte, supuestamente ya habíamos salido de Bolivia, cosa que hacía más interesante el viaje, si nos agarraba algún control durante el camino y en ese pueblo también se encontraba la aduana para el vehículo. Contábamos con varias horas, llegábamos, los chicos hacían los papeles, pasábamos y listo! Parecía fácil, no? Jeje.
Cruzamos de vuelta en balsa el estrecho de Tiquina. Más o menos de ahí eran unos 150 km. El día transcurrió tranquilo, con música y mate, hasta llegar a destino como a las 16 hs. Desde ahí comenzó la travesía.

Después de preguntarle a varias personas por dónde cruzar a Perú, y que las contestaciones en su mayoría fueran “ahicito, por ahí o más allá” y nada preciso, e incluso cuando dimos con el puesto de la policía tuvimos que esperarlos un buen rato hasta su llegada. Ahí nos indicaron dónde estaba la aduana y luego por dónde pasar. Era sábado y la aduana, increíblemente, sólo trabajaba hasta el mediodía (un dato que nos dijeron los oficiales a la vuelta, luego de ir al vicio). Nos teníamos que quedar hasta el lunes en ese pueblo olvidado, aparte ilegales, ni locos!

Decidimos pasar y ver qué hacíamos del otro lado. El atardecer caía, y nosotros en una cuesta pronunciada, llena de piedras grandes, sueltas y huecos, veíamos cómo La más linda trataba de trepar, y no podía. Nos habían dicho de otro paso, pero quedaba un poco más lejos. Ya con el humor cambiado, y con los últimos rayos del sol llegamos a ese lugar. Lleno de camiones y todas las calles rotas, ahí estaba un lugar, donde nadie desearía quedarse. De un par de borrachos que había frente a una cadena, salió uno, y nos dijo que teníamos que pagar 5 bolivianos para pasar. Sin discutir mucho se lo pagamos y cruzamos. ¿A dónde? Anda a saber. Bordeamos el Titicaca, por un camino totalmente destruido. Llegamos a una ruta y preguntamos por la aduana, teníamos que ir hasta un lugar llamado Tilali. Eran sólo unos kilómetros, de noche, a probar suerte, en el nuevo país.

Llegamos, Seba y yo nos quedamos escondidos en la camioneta, en total oscuridad, mientras los chicos convencían al oficial de hacerle los papeles al vehículo, a pesar de haber entrado por la puerta de atrás (imagino que el que quiso rezar rezó, yo pedía a los que me quieren, que estuvieran pensando fuerte que todo iba a estar bien, que nada iba a pasar) por tan solo 10 bolivianos (pedidos por el oficial) las leyes se modificaron.

Al final, ya estábamos del otro lado. Buscamos un descampado, armamos la carpa, cenamos, brindamos y por fin, pudimos descansar.
Todo cambió al entrar en este país, si bien los paisajes y las personas, son similares en ciertas características, las diferencias se notan.
Sigue habiendo adobe y los sembradíos en terrazas abundan, pero todo está un poco más cuidado y no da la sensación de dejadez, como en el país anterior. La gente es muy amable, pero no deja de ser introvertida. Camino a Cusco, en un pueblito donde frenamos para armar campamento, al despertar, Denis (un niño de unos 9 años que la noche anterior nos había facilitado agua) nos trajo ocas hervidas y manzanas de regalo, esa bienvenida nos reconfortó el alma y nos dio energía para seguir camino. Durante el trayecto, nos cruzamos con los vehículos de esas zonas, motos y bicis, con carros que llevan y traen gente cual Shangai latinoamericano.

Dentro de La más Linda la música sonaba, entre el agua que caía a la yerba y otro mate que se acababa se oía “lo que debes, como puedes quedártelo”, “esto es efímero, casi hipnótico”, y reventamos en un coro desentonado “no lo soñéeee ieeee”, luego se cambió el disco, y el paisaje rebalsaba en verdes, con cuadros amarillos y naranjas como si Mondrian hubiera trabajado en los surcos, la música lo acompañaba todo… “y yo me alejo mas del suelo”. Entre los Redondos y Sumo, la llegada a Sumo se hizo corta y placentera.

(Acá voy a abrir un paréntesis, para contarles y para que entiendan, lo que pasa cuando se mezcla la música con los recuerdos, la nostalgia y ese mar llamado distancia.
Durante todo el viaje, te cruzas con miles de personas, pero al hacerlo con Argentinos, generalmente de lo que terminas hablando es de; la comida: los ñoquis, el locro, ravioles, empanadas, tortas, el pan y por supuesto, el asado; la bebida: el vino, el fernet y alguna cerveza fría (cosa difícil de encontrar). Todo se cuenta en una ronda, llena de emoción, donde las emociones como “¡uy, no me hablés, Neeee!! o Seee!, abundan. No saben todo lo que tenemos allá, la cuestión de buscar excusas para juntarse a comer lo que sea, la variedad de lo que comes y lo que tomas, todo se va acabando mientras vas subiendo.

Otra cosa era, por ejemplo en Copacabana, llegamos a ser 7 cordobeses en hostel, imagínense! De los cuales la mayoría, tocaba en los bares para sustentar sus viajes. Así que, quisieran o no, los demás huéspedes, a la mañana arrancábamos con: cuar-te-to, ¡sí señores!… “Tú, la que todo me lo da” , “ Ella, vive enamorada, se muere por él” o “Pasa y siéntate, tranquilízate, al fin ya estás aquí”.

Somos muchas cosas durante el viaje, pero no dejamos de ser Cordobeses y Argentinos, nos encontramos, vemos lo bueno que tenemos, lo extrañamos y tratamos de mantenerlo, aunque las condiciones sean adversas. No olvidamos de dónde somos, ni lo que hacíamos. Si nos juntamos, remarcamos nuestras costumbres y nos hacemos compañía, tratamos de sentirnos cerca por un rato, porque a la mayoría, le falta para volver a casa).

Ahora, ya instalados en Cusco, con Diana y Guille, alquilamos una pieza con baño, en una especie de vecindad, con un patio lindo y una perra Rot Wailler, que es una chancha hermosa y mimosa. Nos armamos una cocina, que compartimos con Clara y Bruno (argentinos) y Thomas (belga, personaje). Allí comenzamos con el emprendimiento, de las tortas fritas, base de nuestra economía, con las cuales hemos pagado el alquiler y la entrada al Machu Picchu.

Para el próximo informe, les voy a contar de Cusco y sus lugares. Ciudad preciosa que nos abraza y nos está dando diferentes oportunidades. De la forma no convencional, de conocer algunas ruinas, y de otras cosas que irán pasando, mientras el reloj continúa su marcha.
Hoy me senté a escribir con la nostalgia a mi lado, sepan disculpar, a veces la tristeza llega y no se puede evitar. Pero se va a pasar, no lo dudo, la vida sigue siendo vida, lejos o cerca, y tiene estas cosas.

Por lo pronto me voy a ir silbando para el mercado, lugar que me encanta, de un momento a otro voy a sonreir, con lo que me cuentan las doñas, y el mundo será otra vez, ese mágico lugar. Hasta las próximas letras.

Santi de la Luna.